5 de agosto 2024
A un papá, algún día le toca ver que su hijo se hace grande y vuela del nido. Sabe que ha llegado el momento y confía en que hizo lo mejor que pudo con el chico; recuerda momentos juntos, el primer día de colegio, las alegrías, las preocupaciones, verlo crecer. Confía en que, lo que le enseñó, él lo lleva consigo y está contento de verlo grande, si bien no puede evitar recordar momentos juntos y sabe que el pasado, pasó.
Son las 11:55 h. Espero con mi obra a Joel. Sé que no tardará, pues siempre llega en hora. Así es. Él me ha dicho que no me preocupe si tengo cosas que hacer, que él puede llevarme la obra al cliente. Le doy las gracias, pero a mí me gusta participar del proceso, viajar, conocer su nuevo hogar, compartir impresiones y acompañar a mi obra hasta el último momento; decirle adiós, demuestra lo que vales, hasta siempre.
De regreso, guardo en mi interior lo que ella me ha dado a mí, los momentos vividos, noches en vela, alegrías, lucha interior con el proceso, satisfacción por ser yo mismo y expresar quién soy. Quizá por eso ha llegado el momento de decirle adiós, no tanto porque esté lista para darse a otros, sino porque ella ya me ha enseñado a mí lo que yo tenía que aprender.
Vender una obra es también ver partir a un hijo. Alegría y nostalgia se entremezclan y pugnan, sin saber, por momentos, cuál domina. Poco a poco, emerge la enorme satisfacción de contribuir a que otros disfruten de mi obra, de saber que su destino no soy yo, que se ha hecho grande y debe volar.
Vuelvo a mi estudio y ya pienso en nuevas obras y proyectos. Disfrutemos del viaje -me digo-, el destino es lo de menos. Es un día feliz.
Algunos artistas tienen sentimientos encontrados al vender una obra de arte; para otros, es una satisfacción enorme. Y tú, ¿cómo te sientes?